jueves, 26 de febrero de 2009

De mares y tesoros

Me gusta el ruido del mar, cierro los ojos, rugen las olas, golpeteo de paletas y de tejos, voces de chicos, risas, pregones. Me gusta el olor dulzón del pochoclo acaramelado y los bronceadores. Y esa caricia tibia del sol que se desliza despacitamente en el horizonte. Y ese placer de abrigarse de la brisa que eriza la piel, me cubro de algodón pareo saboreando esa simple sensación de cuerpo ardido escalofriante. Me gusta esa enorme aridez que da la vasta arena y elegir sus distintas blanduras hasta quedarme en la mojada helada de la orilla, las plantas de los pies se hunden en suave masajito para encontrar caracoles o tesoros mínimos, los recojo para llevar a mi cuenco. Dos barcos se saludan, uno entra al puerto, otro se va. Cómo serán sus despedidas? Respiro hondo mis soles y mis sales. Y los recuerdos siempre bienvenidos.

Recuerdos bienvenidos


La primera vez que pisé la arena, la primera que me mareé al mirar el oleaje en la orilla (nunca encontré a nadie que le haya pasado esto), la mañana de la gran caminata en la bajamar de una marea extraordinaria, otra mañana en que escribí mi nombre con letras gigantes sobre la arena virgen para avisar a mis amigos que había llegado, la primera vez que traje a mi hijo, sus miedos, su manito apretada que no puede soltarse ni adentrarse a la inmensidad azul; una búsqueda de cangrejos con él, la primera vez que ví la luna llena increíblemente gorda saliendo del horizonte elevándose diosa total, los ojos grandes de todos, redondos como ella encendidos de su naranja fuego; la primera vez que pasé un año nuevo, la fiesta, los fuegos artificiales; la risa que me provocaron los numerosos encuentros casuales con mi amiga de lejos tan sorpresivos tan sin querer y sin entender y sin programar, el asadito de bienvenida que nos prepararon estos mismos amigos (esta vez, encuentro proyectado para no tentar al destino de los caminos que se unen), la primera vez que te extrañé acá, hermano, y te despedí a mi manera para decirte simplemente hasta pronto, hasta el próximo viaje; y el siempre bienvenido recuerdo de la sombrilla voladora que a esta altura más parece un mito que un salto a la memoria.


La arena es como un imán para los chicos


La sombrilla voladora

Este es uno de los recuerdos mágicos. Un día, vimos una sombrilla volarse como por arte de magia y en su nunca querer bajar del cielo, siguió subiendo, andando por los aires, casi podría decir bailando o dando vueltas planeadoras de gaviota. Entonces, cuando advertimos la lejanía y el corazón dejó de saltar por el temor del posible lastimarnos, aún sin cansarnos de asombrarnos, empezó a bajar despacio en una perfecta zambullida, un clavado en medio del mar pinchando la enorme masa de panza azul encrespada bravía y perfectamente enojada por la irrupción. Quedamos boquiabiertos mirando el horizonte, sin saber si había sido una ilusión. Fue cuando se largó la tormenta que echó a todos, la gente apurada huía atajando sus sombreros. Nosotros nos atrevimos a quedarnos absolutamente solos. Calmó el viento y empezó a llover una lluvia tenue pero persistente. Abrimos nuestra sombrilla y desde abajo veíamos cómo las gotas iban marcando la arena. Tuvimos la sensación de ser náufragos. Pocos minutos después salió el sol, y en una desconocida calma, salimos de abajo de la sombrilla. Estábamos solos, ya lo dije, bueno éramos los dueños de la playa, nos reímos, bailamos sobre la arena goteada llena de pocitos. Viste? Yo dije que era pasajera!

sábado, 14 de febrero de 2009

Nieta 97









Crónicas o vidas

Identidades o quién soy

Familias o rompecabezas




























Apropiación o cadenas

Verdades o versiones

Palabras o señales








Justicia o defendeme

Redes o ayudame

Memoria o salvataje












Encuentros o tropiezos

Búsqueda o lucha

Derechos o Doblados


















Me acompañó Pablo Bernasconi con las excelentes ilustraciones.
Gracias.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Al rescate de Los Tres Chiflados!!!





Disfruté con ellos tardes maravillosas, lluviosas y calentitas. Me sigo riendo a pata suelta. Que suerte que los carretes con cintas se hayan preservado en algún archivo y se hayan digitalizado, y podamos seguir viéndolos…riéndonos de los tortazos y torpezas de estos tres chiflados. En este episodio faltó lo que a mí más me gustaba QUE SE TIREN TORTAS (les cuento en secreto que es una de mis fantasías).



miércoles, 4 de febrero de 2009

Alguien habló de Karen Carpenter en la radio hoy

Te acordás de las botamangas anchas, los suecos, el pelito un poquito largo corte princesa? Alguien recuerda haberse hecho la toca? La nostalgia de los ‘70 es grande, claro no es para menos, es la década en la que salíamos de la niñez y nos zambullíamos en la adolescencia. Con ella vinieron los Carpenters y los Bee Gees. Zafamos del Winco y nos compramos una bandeja, había que echarle mucha agua para que la cápsula no hiciera ruido pero el sonido era muy superior al tocadiscos. Mi hermano y yo, peleándonos pero más unidos que nunca (contrariamente a lo que decía el Martín Fierro) tocábamos la guitarra. Teníamos una criolla y otra acústica, sí una Antigua Casa Nuñez por supuesto, pero en casa estaban los instrumentos de todos los amigos, una guitarra eléctrica, un bajo y por algún tiempo una batería, y todavía más, amplificadores y micrófonos que harían insoportable nuestra presencia; sin embargo no recuerdo vecinos enojados y menos que menos padres con tapones en los oídos. Nos sabíamos “todo” Sui Géneris, cantábamos o aullábamos no importaba (esos himnos merecen una entrada aparte). Para los días tranquilos poníamos a Simon & Garfunkel, los otros días eran “Fiebre del Sábado por la Noche”. Aunque estos mismos años fueron la época del terror para algunos argentinos, no lo fueron para nosotros, que tuvimos la suerte de saber lo que ocurrió mucho tiempo después. Éramos felices aunque la tele fuera en blanco y negro. Pasamos las mejores vacaciones de invierno en la nieve, eskiando con la gente del Club Andino Centenario y Raco, para las fiestas venía el tío Guillermo y solíamos ir a comer al club. El club era nuestras otras vacaciones, las de verano, adonde competíamos en los provinciales de natación y nos comenzábamos a enamorar. Uno de esos veranos conocí el mar…pero esa es otra historia…