Como si se tratara de un
presagio, haber brindado por la vida un par de meses antes que la OMS haya
declarado una nueva pandemia que azota a la humanidad, fue todo un símbolo.
Cada día que pasaba fuimos aprendiendo a valorarla, ansiarla, cuidarla, pensar denodadamente
en ella….Me resignifiqué, me armé, me puse escudo, me puse en lucha, me calcé los zapatos con
clavos para poder escalar y no caer de la cornisa, fuerza, vamos, no es más que
un nuevo desafío. O como me dijo Ceci al teléfono: -Es lo que nos toca vivir- Y
enseguida el link que uno hace es: nuestros abuelos viviendo de niños la
primera guerra y huyendo de jóvenes de la segunda…y de la otra rama, nuestra
bisabuela, tras varios meses en barco, parió a mi abuelo en el viaje…Los
inmigrantes están hechos de sufrimiento, paciencia, desarraigo y hambre. Pero a
nosotros nos tocó esta otra historia, la de la pandemia, que se podía convertir
en guerra por los alimentos, los respiradores y las camas de terapia. Si así se
crearon mis miedos, los ahuyenté con valor de nieta y bisnieta de inmigrantes. Creo que en parte estaba fortalecida porque un mes antes Rodri nos arrastró a
todos a un viaje tan sentido como escandaloso… nos regaló la satisfacción de
haberse recibido que para un padre es como sacarse la Lotería del Amor. Pero
además se sumaba a que fuimos a visitar a Delia que Dacio había convertido en
tatarabuela y fue fuerte…y más fuerte fue que de golpe (no sé quién llevó a
quién) pero nos encontramos Rodri, Dacio y yo en la Plaza de Martínez, en la
calesita de mi niñez, en mi calesita, y no hay explicación para el paso de los
días más que pasan, ni sabiduría de cómo se imprimen los bellos recuerdos en
eterna cadencia…y esa contentura aún me duraba. Así que con el envión que da la
felicidad de haberse sacado la sortija, alcé a Rodri, compré la embutidora, la
harina, los petates para ayudarlo a andar, cruzamos puentes cual fronteras y
par a par, y como pudimos (con la lengua afuera, con el latido galopando
adentro) emprendimos el sueño que había comenzado como proyecto hacía 10 años atrás
en un lugar que se llamaba El Último Beso. Lo nombro porque recordamos ambos el
preciso momento en que lo soñamos. La diferencia es que lo haríamos este año,
año de la pandemia, las restricciones, el alcohol en nuestra piel, y los
barbijos tapando la boca de los deseos. Arrastrada por la corriente del río más
asombroso de mi vida hecho hijo hecho Rodri…Nació Gula. Y pudimos y pudo y
pude. Y llené de paréntesis lo que no pude. Total, más adelante…y sin embargo.
Me
sorprendí de cómo fui mutando de la sidra inconclusa al curso de agroecología
del Inta, de la banda querida al taller de bombo para principiantes de Flor,
del romanticismo de los panes recién horneados y los postres perfectos a la
agitación en la gestión de los créditos bancarios para sobrevivir; enamorándome
con Casita de Chacra y todas las buenas lecturas que las tardes apacibles,
nubladas y llenas de pájaros me adormilaban de placer. Con mi Chino, más juntos
que nunca, bailamos folclore, practicamos las partes que el maestro nos enviaba
y la casa se llenó mágicamente de música a horas extrañas, encontramos las
voces latinoamericanas cantadas por Isaac et Nora desde lugares tan lejanos y a
la vez instalados en nuestro living por la maravilla de la tecnología que nos
hizo estar cerca de todos, pegados mejilla a pantalla.
Casi a fin de año y
aunque sintiendo alguno que otro sueño expropiado por la propia realidad advertí
una vez más la inmensa grandeza de los logros de un año que pareció durar mucho
más que 365 días, de estar sanos, y vivos. Para la Navidad estuvimos con el barbijo
corrido por un rato para comer el consabido vitel toné cada vez más
perfeccionado y no hubo baile ni abrazos con extraños. En el momento de los
deseos, al brindar, no puedo pensar en otra cosa que en la vida, que esta mesa
se repita, con los mismos, brindar por los hombres de ciencia que están ahora pipeta
en mano microscopio en ojo, trabajando en la vacuna… sí, que se invente pronto
prontamente, salud.