lunes, 21 de septiembre de 2015

Tiempo al tiempo



Por alguna extraña razón esta entrada quedó en el borrador...olvidadamente no la publiqué...habrá sido escrita por septiembre cuando la primavera comienza a arder.

Cuando empezó el año tuvimos la noticia de que el año que viene egresa nuestro hijo. No nos habíamos dado cuenta porque claro, faltaban dos años enteros y eso en la vida de todos es mucho tiempo. La noticia nos la dio una agencia de viajes que encendía el corazón de los adolescentes al mismo tiempo que encendía el dolor en sus padres. Proponía un viaje a Brasil y la facilidad de pagarlo en cuotas. Se podría decir que uno paga también en cuotas de dolor. Sin que nadie lo diga, se sabe lo ineludible,  a su vuelta se irán a otros viajes más largos cuando elijan su carrera. Este es como el comienzo de un viaje sin fecha de retorno. Me detengo a mirarle la barba más de la cuenta, me apuro a enseñarle mis recetas de cocina, a contarle lo que quiero que le cuente a sus hijos…esa sarta de anécdotas que uno quiere que queden en la memoria ajena por temor a que se pierdan de la nuestra, le recuerdo mis escondites y mis secretos, le hablo una vez más de los hábitos como el de ir al dentista para una limpieza, o de los quehaceres como el de no juntar la ropa de color con la blanca, o de los principios o de los deberes o de las obligaciones, o de las advertencias como no perder de vista la tarjeta de crédito y avisar en seguida si se pierde. Y a no olvidar de pagar el seguro. Y si tenés fiebre y si te duele y por si acaso…Me interrumpe - Hablemos de los amores contrariados empecinados absurdos y también de los otros, los tiernos, los eternos. Y es el momento, me doy cuenta de presentarle a Oliverio Girondo, no importa la escuela de mañana, nos quedamos esta noche leyendo y pasamos a recordar “el preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj” de Cortazar y es como una pequeña fiesta literaria, sin apuro esta vez como comiendo un chocolate despacito para que no se gaste. Dejámelo señalado ahí 179, espantapájaros nº12
Y como ya está cumplido todo el carnet vacunatorio igualmente no abandonar la idea de vacunarse porque siempre aparecen dolencias  nuevas.

Oliverio Girondo

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.