Brindar por el amor y hacer de ese brindis una mágica poción que me dió y nos dió un impulso para trabajar denodadamente desde el 1 al 22 de enero, con ganas, pasión, stress, fortaleza. A veces con una diversión desmedida y otras con el pesar del cansancio en la piel enrojecida. Fueron llegando los amigos de Rodri y Marti, uniéndose a los festejos y a los deseos de que sea la mejor fiesta de casamiento. Mis pensamientos se batieron sin cesar con mi propio pasado en igual situación. Me vi joven y eso me fortaleció aún más. Me centró en mi anfitrionidad, la disfruté. Me sentí acompañada por Mabi y Rober, en la misma sintonía. Convertimos la casa en un nido, donde se recordaron todas las edades de Rodri: el bebé, el niño, el adolescente, el joven. “Papá pato a mamá pata, el patito está en su nido” era la frase típica de la familia para indicar que había vuelto de alguna salida sano y salvo. La casa había sido el escenario de momentos icónicos que los amigos trajeron a la memoria entre carcajadas melancólicas y abrazos prolongados. Fue una buena elección celebrarlo en la casa. Los discursos en la ceremonia fueron sentidos, intensos, emocionantes. De los testigos y padres de la pareja. Marti entró al jardín del brazo de Laura, su mamá, apoyo incondicional que revalorizó los lazos femeninos que se estaban creando en esta tribu, como me gusta llamar a mi familia extendida. Faltó Dacio, no sin comentarios y entredichos. Faltó el Chino y me dolió, pero no me podía caer en ningún momento y menos en el desamor cuando lo que se festejaba era el amor. Faltaron abuelas desalmadas y parejas que se declararon desparejas. El amor es un hecho político, se toma conciencia, se trabaja para su permanencia, se institucionaliza en el matrimonio, se conforma un protocolo, tiene reglas tácitas.
Pasaron muchos dias para que la vida pudiera normalizarse. Primero se fueron yendo todos a sus vidas y lugares, luego fuimos acomodando botellas, freezers y muebles. Muy de a poco comenzamos a pensar para adelante porque el para atrás había sido hermoso, una reunión donde no faltaron tías y sobrinas, hermanas y cuñadas, abuelos y padrinos. El calor derritió las pretendidas velas y marchitáronse las flores de las mesas, quedando la anécdota cómica para las mejores sobremesas. Después de esto, el año transcurrió tranquilo y sin apuros.
Comencé a ir a clases de guitarra porque sentí una tremenda nostalgia por el sonido de las cuerdas, en especial por la tonalidad de la electroacústica que compartíamos con mi hermano. Fue importante escucharme y entender que podía, y disfrutar de mi propia melodía en mis cuatro paredes, un mimo a mi alma. El momento del concierto de fin de año, fue en el anfiteatro de la ciudad, y usé para algunos temas la eléctrica de Rodri que se enorgulleció de su madre cuando vio las fotos y se atrevió a subirla a su instagram como historia. Me llenó de euforia y la autoestima subió varios niveles. Era sentir nuevamente que podía.
A mitad de año, cumplí los 60. Decidí pasarla con la persona más importante de mi vida así que viaje a BsAs. Llegar a esta edad es pararse en el umbral de lo que te falta vivir, pensar en lo que harías antes de morir, qué modificar de la vida, de lo que se puede decidir obvio. Fue allí cuando planeamos las vacaciones de invierno, viajar con mi nieto a ver a su papá…así que un mes más tarde nos encontramos en el mismo lugar para disfrutarnos en mi plaza de la infancia, mi cine, mi barrio. Valoré la confianza que me dieron estos jóvenes papás de viajar con un chiquito de 5 años en avión y por una ciudad gigante que nos traga en amores. Paseamos a más no poder, tejiendo lazos increíblemente fuertes y hermosos. Y espero poder repetirlo hasta el fin.