sábado, 24 de febrero de 2018

Hermanos

"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla"
Gabriel García Márquez



Un día sentimos a nuestra mamá montada en alaridos y al tiempo que nos decía que estaba harta de escucharnos discutir, tiraba por la escalera un tablero de damas con sus fichas. Se escuchó el crepitar de la madera que por años quedó deteriorada y la lluvia de piezas que iban cayendo en ecos disonantes. Recuerdo el incidente con la pesadez de la injusticia, con la certeza de que nuestras discusiones eran serias y siempre formaban parte del juego. Él elegía las blancas, yo las negras. Él ganaba, y me decía: no ves tarada? Yo le decía que hacia trampas, que ahora empezaba yo. Y así seguíamos…
En el mismo sillón pero unos años más tarde el tablero se reemplazó por la guitarra y cantábamos canciones de Sui Generis y Zamba de Mi Esperanza. Todos los aprendices de guitarra conocían esos temas, no éramos la excepción.
Él me decía en qué tono, hacía el punteado. Yo el rasguido. Desafinábamos. -Se me cortó la cuerda por culpa tuya. –Vos tocaste mi guitarra? Y así seguíamos…

La hermandad es así, un extraño enfrentamiento que deja enredar las palabras en una telaraña de la que no podemos desenredarnos nunca. Es un remolino de sabores que sigue pegoteándonos, es el sabor del mate con leche condensada. Es el sonido de Winds de David Gates, que nos franelea la cara cuando esquiamos. Y el cuerpo se impregna de lo inexplicable, de lo que tanto permanece y la memoria nos abre las ventanas para mirar retazos de vida y la contemos.


Un día yo lloré en el jardín porque me pinché con una rosa, fue tu culpa, vos me la mostraste y yo la toqué. Pero no lloré cuando me dejaste solita en el portón de la escuela. Reímos a carcajadas cuando tuvimos juntos el sarampión. En la melódica tocabas Yo tengo mis Ojos Negros, y yo te decía que a quién se le ocurría vender los ojos, y te hacía perder en la melodía. Te tiré un tenedor y se te clavó en la frente, fingí que se me había escapado. Me tiraste una catarata de arroz en la cara, fingiste que estaba caliente. Pero en algún momento el vos y el yo se cambió por el juntos. Capaz que ahora. Cuando hicimos nuestro primer mate para tomar juntos, no sabíamos prender el fuego de la hornalla y lo hicimos con el agua del termotanque.  Hicimos ñoquis juntos y al seguir la receta no entedíamos qué significaba pasarlos por el tenedor, le fuimos a preguntar a una vecina italiana que nos terminó enseñando cómo darles la forma. Tocábamos juntos Escalera al Cielo. Juntos íbamos al Club a nadar y más tarde a Pünk a bailar. Y al Lago a andar en canoa y a naufragar. Y también a la universidad con el Renault rojito al que me enseñaste a cambiar la correa. Y a El Bolsón a buscarte. Y a bajar esquiando una noche con las antorchas. Y a la feria de Bs,As, donde nos contamos los secretos.

La hermandad es buscarte y extrañarte, es tener en este instante un caramelo salado en la boca. Y vagar sin rumbo fijo con una memoria caprichosa.