El 25 de enero estaba en
Bariloche, de novia y de paseo en una librería, cuando me avisaron que acababa
de ser abuela. No pude escribir o describir el sentimiento que me embargó hasta
mucho tiempo después. El Chino me abrazó, tal vez intuyó en ese instante todo
lo que moría y todo lo que nacía en mí. Recordé las palabras tontas que
pronuncié ocho meses antes, las preguntas tontas, los argumentos tontos. Y con una
mezcla de amor de madre e incertidumbre de abuela, lloré. Después, busqué un
libro de nanas y lo compré. Porque creía que ya me
olvidado las letras, los cantos y las músicas. Porque quería ser yo la primera
que le regalara un libro. Y porque me lo imaginé escuchando. Era la primera vez
que me lo imaginaba.