Época de armar el Árbol de Navidad y de armar una
vez más los recuerdos de otras navidades.
La primera Navidad después de venir a vivir al
Valle, no fue en el Valle donde aún no había nuevos amigos, sino en Buenos
Aires donde habían quedado los viejos y sobre todo, donde había quedado la
Tía Gorda. Llegamos unos días antes para
limpiar la casa que había estado cerrada tan sólo 4 meses pero tenía el olor
del encierro de 4 años, el olor a humedad y a lluvia que yo ya había olvidado
y reemplazado por el olor a tierra y el
dolor de los labios secos. Llegar a Buenos Aires fue una fiesta porque Buenos
Aires es una fiesta en Navidad, se llena de color, de luces, de alegría,
propiamente un cambalache. La tía ya había adornado su árbol de Navidad que
medía apenas 40 cm y que había decorado con algunas bolitas de cristal (que
heredé yo) y unas cuantas nueces envueltas en papelitos de aluminio que eran el
resabio de su época de escaseces (y que nadie quiso heredar y fueron a parar al
tacho de basura). Lo que yo no supe hasta después de su muerte, fue que lo que estaba heredando, era este
recuerdo, que lo cuento cada vez que armo mi propio árbol…y es cuando se me
aparecen sus manos arrugadas reenvolviendo las nueces con nuevos papeles de
chocolates y sus palabras contándome que era una tradición de su pueblo…
reliquias