Cuando los volcanes despiertan de largas temporadas en las que adormecidamente van juntando coraje para bramar, no es fácil que acallen pronto. Descargan la energía que viene desde su corazón de piedra y hacen llover piedritas que nos caen inoportunamente en invierno. Nos pulen la piel hasta dejar las mismas grietas que llevan en sus propias laderas. Nos tapan de cenizas hasta que el verde y el azul desaparezcan y un respirar sea el sinónimo confundido de vivir. Únicamente con los genes de quienes han vivido varias guerras se puede tomar a esta catástrofe con algo de optimismo, es el caso de mi amiga Bety que vive en Villa La Angostura y seguramente de muchas de las gentes que eligieron vivir en las fronteras de su propia vida.