Por las luchas, por los que seguimos de pie, por
los sueños crecidos. Así brindamos el año pasado, y es una forma, y es un camino necesario que tenemos
los que queremos mejorar, cambiar y crecer. Y sí, fue un año en que seguimos agrandando los sueños,
compartiéndolos, engordándolos, reinventándolos, en una edificación que nos hace creer en
nosotros. Cuando Rodri era chiquito veíamos un programa infantil con un
personaje que a cada logro repetía “ésto lo hice yo, ésto lo hice yo” cantando,
y me dan ganas de cantar de la misma manera, me enorgullece pensar en lo que
hice, y por qué no decirlo, cantar el orgullo! Fue un año parejo, con andar monótono, sólo un hito
entristeció más de la cuenta a nuestra pequeña familia, y fue cuando se nos fue
la Pelu. Lo
contrarrestó otro hito lleno de alegría, y fue cuando Rodri dejó el depakene. Todos
estos duelos no fueron gratuitos, se pagan con la carga que queda en la memoria,
guardada o desplegada cuando uno tiene ganas. Se aprende el valor de vivir a
pleno los momentos, el valor del hoy; se aprende a mirar al costado y ver en la
sala de espera del médico más odiado, el montón de chicos que quedan y se
aprende a agradecer a todos los dioses que pudieran existir en las almas de la
humanidad.
No llegó el fin del mundo como suponían algunas predicciones. El mundo sigue andando con las catástrofes de todos los días. La mochila de emergencia está preparada pero la tierra sólo tiembla lo necesario, el Copahue se puso a fumar nada más que un habanito. Y luego de la tormenta de hoy, salió un doble arcoiris, que intensifica la metáfora.
Qué más? Rodri lidió como pudo con sus granitos que vinieron inevitablemente con las responsabilidades y la toma de decisiones. Quiso reemplazar sus dolencias por otras, pero no lo dejamos. Así que irremediablemente aprendió a crecer, a elegir con compromiso, a evaluar, a equivocarse, a medir las consecuencias. Se dispuso a disfrutar nuevamente de sus clases de baile y a darse cuenta de que en ese ámbito es él en plenitud. Ah, se afeitó su barba por primera vez, y yo hice glup, mientras lo espiaba con lágrimas en los ojos. Por primera vez me siento pequeña, bajita, chiquita, porque me pasó en altura y ahora él es el que me puede hacer upa.
Otra cosa ocurrió en este año que merece un
aplauso, mi colegio secundario cumplió 50 años y créanme si les cuento que
cuando hace 30 egresé de allí, creí que nunca más iba a volver, menos que menos
volver para vivir lo que viví, una ceremonia increíble y emocionante cuando
entramos los abanderados de las 50 promociones; un homenaje soberbio, una
fiesta en la que “los profes y la polla” bailaron en ronda con sus alumnos de
antaño. Parecía un sueño, en el que se mezclan los lugares y los tiempos. Por
supuesto, nuevamente la carga de la memoria en la reflexión de todo los que nos
dejaron esos hombres y mujeres. Su huella se intensifica aun más cuando los
vemos en el presente, son ellos mismos los que preparan la fiesta para todos.
Me gustaría que Rodri viviera ésto mismo en los próximos años con su colegio. Cuando se lo comenté me miró con el mismo aire de extrañeza que hubiese puesto yo hace 30 años si me lo hubieran planteado. En la fiesta pasaron un video con fotos, que nos dejó picando la ausencia de las promociones de los años de la
dictadura, esta gente casi no se acercó al cole, sufrimos la desunión de los grupos que no se involucran, que no participan, que no se conocen entre ellos a
pesar de haber vivido en un pueblo. De mi año fui la única. Ahí está. Este año
podríamos brindar por los homenajes, las ceremonias, y los reencuentros. Por los de ayer y los de hoy.